Mesa
La cena estaba casi lista y solo faltaba ordenar los
platos junto a los individuales, quería tener todo preparado antes que Pablo
llegase con hambre y entumecido hasta el cuello igual a cada noche. Se lo
imaginaba como lo veía ayer y todos los últimos inviernos: frotándose las manos
erguido sobre la pequeña estufa a parafina después de sacarse el casco y los
guantes, recuperándose con el calor de la larga jornada de trabajo y estudio. Le
había repetido mil veces que se abrigase más si andaba en moto, que se pusiese un
pasamontaña o bufanda ¡lo que sea! pero algo, y también una prenda debajo del
jean ¡Dios mío! el verano se había acabado hace meses y hasta ella se helaba
cuando lo descubría llegar así de pilucho.
-Hija, ayúdame con la mesa por favor –
Andrea obedeció en silencio con una protesta muda que
se reflejaba en su ceño. La estufaba estaba prendida, la mesa servida, las
hijas sentadas y su marido a la cabeza. Ya habían comenzado a comer, reíamos
mientras hablábamos del día, Marcela era el centro de atención contándonos
su partido de basquetbol y se burlaba de su hermana por estar jugando con el
celular ahí sentada, podía sentir el motor deteniéndose y la llave girando el cerrojo en cualquier momento,
miraba el reloj de reojo un poco preocupada, escuchaba las campanas colgadas detrás de
la puerta sonar. Tenía su plato en el microondas para que no se enfriase. Mi
hijo me avisó que llegaría a comer por lo que era raro que aún no estuviese
acá, pensaba ahora mientras lavaba los platos. Lo llamé tres veces, pero el teléfono
estaba apagado, se debe haber quedado con algunos amigos hablando, después recibí
una llamada.
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